lunes, 12 de agosto de 2013

Siempre bebían agua, natural.

Siempre bebían agua en las comidas. Como su historia conjunta tuvo lugar en Barcelona, natural, que para quien no haya convivido con las gentes de lengua catalana, significa a temperatura ambiente.
Desde la primera noche en que caminaron juntos a las 5 de la mañana por el Barrio Gótico se dieron cuenta de que esa no era la única coincidencia. En cada conversación descubrían una cosa nueva que tenían en común. La preferida de ella era la vergüenza infantil que ambos habían sentido cuando sus abuelas les sacaban a bailar pasodobles en las fiestas de sus respectivos pueblos, a cientos de kilómetros el uno del otro. La de él que ambos habían empezado a saborear el marisco desde hacía poco, así cuando en un restaurante aparecía la oportunidad ambos se miraban indecisos antes de pedirlo. Cuando parecía que ya había demasiadas coincidencias, siempre aparecía otra que les hacía mirarse a los ojos mientras sonreían embobados. ¿Tendrá tantas cosas en común con su novia, la oficial? pensaba ella.

 Dentro de la sincronía diferían, por supuesto, en ciertas cosas. La primera era que el superhéroe favorito de él era Batman, “es un complejo masculino” decía “porque es el único superhéroe que puede serlo solamente por tener mucho dinero”. Ella, que en ese momento empezaba a ser cada vez más anticapitalista y también era, eso de toda la vida,  fantasiosa, creía que podía darse una circunstancia anormal como la picadura de una araña  y que te convirtieras en Spiderman  y poder recorrer ciudades de edificio en edificio.
La otra gran diferencia también tenía que ver con el dinero. Él era doctorando en Economía y ella se dedicaba, en cuerpo y alma, a la arqueología, que de dinero poco sabe, salvo que en una ocasión había encontrado en el interior de un silo una moneda ibérica partida por la mitad. Él que pasaba 10 horas al día en un departamento, salvo cuando ella iba a visitarle por sorpresa, pensando en sistemas sociales en torno a sistemas económicos, pensaba que todas las relaciones sociales tienen un componente económico intrínseco. Ella que, junto  con su anticapitalismo incipiente, empezaba a sentirse, correlativamente, cada vez más comunista, creía en una sociedad en la que el dinero fuese una necesidad mínima. Eran los únicos momentos en que discutían. Aunque él en el fondo era un anarquista dentro de un sistema del que creía no podemos salir.

 Sin embargo, a parte de la economía y los superhéroes, tenían una diferencia que marcaría toda su historia, siempre desde un discreto segundo plano, como decía el profesor de Arte Contemporáneo de ella. Él tenía un compromiso amoroso ¿o acomodado? con una mujer extranjera.  Ella, la tercera en discordia, nunca aparecía en las conversaciones “si algún día decido amarte legalmente a ti, no quiero que esté presente su fantasma” decía él. Como si el amor supiera de leyes, pensaba ella.

 Así, tras pasar un trimestre compartiendo comida en restaurantes, conversaciones, sonrisas y un par de veces, cuando no podían aguantar más, besos y sudores desnudos. Él decidió que no quería seguir con los asuntos ilegales. Viajó a ese país centro europeo, y no volvió nunca más.

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