La soledad es silenciosa. Tu Yo hablador se transforma en tu
Yo pensador, aunque los que a menudo pensamos “en alto” corremos el riesgo de
entrar en un monólogo continuo. ¿Tendrá esto algo que ver con una infancia sin
hermanos en la que todos los personajes del juego son representados por la
misma persona? Puede. La soledad son habitaciones vacías y una ducha que nunca
suena a no ser que estés tú debajo. Es una cocina sin turnos para limpiar y un
frigorífico con baldas sin nombre o sin baldas con nombre, depende de lo
solitario que se sienta uno en el momento. Aunque es también casi una completa
libertad, dejando al lado la obligación del monólogo. Es la desnudez que
recorre la casa, a cualquier hora. Es Ray Charles resonando por todas las
esquinas. Es cantar Il barbiere de Seviglia sin que nadie te oiga. Es un
retrete siempre esperando las urgencias
y un sofá siempre libre a la hora de la siesta.
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